El eterno retorno
Hace muy poco que he recuperado la conciencia de mí mismo y la memoria. Sé dónde estoy de nuevo y sé que que muy pronto volveré a olvidar y empezará otro ciclo que recorreré, como ocurrió con los anteriores, como siempre ocurre, a ciegas, a tientas y a solas. Pero ahora mismo, en este seno cálido y acogedor, tengo plena conciencia de la eternidad, poseo las respuestas a todas las preguntas y deseo la imposibilidad de permanecer aquí ajeno al tiempo y a la desnuda ignorancia a que me veré abocado en pocos minutos. Resulta patético no terminar de acostumbrarme a esta sucesión de eclosiones, emociones y cesaciones que me atropellan, zarandean y dignifican dentro de mi universo variable, de mis vidas milagrosas y de mis temidas y absurdas muertes. Nada sucede por casualidad, todo está escrito, por eso nada importa nada. Viviré de nuevo entre los hombres y seré uno de ellos, y hasta puede que me sienta dichoso en mi ignorancia mientras esté con ellos. Puede que tenga una buena vida desde su punto de vista y desde el mío, porque sus criterios serán mis criterios, sus prejuicios y sus anhelos serán los míos, también su gloria y su miseria. O puede que me toque pasarlo mal y llevar una vida penosa y arrastrada. Tanto da, al final todo termina. Y después, poco o mucho después, recuperaré como ahora de nuevo la conciencia y la memoria y sabré que todo forma parte de un juego infinito, de una interminable melodía, de un cuento escrito para ser vivido, creado para trascender el universo literario y cobrar vida en un universo que creeré real y genuino, único y verdadero. Qué triste saberse impotente sabiendo que con sólo una pizca de voluntad propia podría cambiarlo todo, terminar con esto de una vez y para siempre. Pero ahora tengo que prepararme para el proceso de volver a ser, el seno que me acoge comienza a contraerse, me muevo con sus movimientos, me siento empujado, desterrado del efímero goce eterno que cada vida y durante solo unos minutos me es regalado. Alguien me sujeta por los pies y tira de mí. Es insoportable abandonar este lugar, este paraíso, no quiero salir, pero un fuerte tirón me arroja -otra vez- a la luz de una nueva vida y a la amnesia con que recorreré un nuevo camino, de nuevo a ciegas, a tientas y a solas. Me sostienen boca abajo cogido por los pies, me golpean la espalda y oigo una voz grave: “Es un niño precioso, señora, felicidades”. Es lo último que recuerdo antes de romper a llorar.